Ca7riel y Paco Amoroso: el dúo que desmanteló los límites del género urbano

15.09.2025
Fotos: Nathalia Olivares
Fotos: Nathalia Olivares

Por Gabriela Pineda 

El concierto de Ca7riel y Paco Amoroso en el Movistar Arena no fue solo una celebración del éxito masivo del Papota Tour. Fue también una reafirmación de que la música urbana puede —y debe— ser un territorio fértil para la experimentación, la narrativa conceptual y el virtuosismo musical.

Desde el inicio, la propuesta dejó en claro que esto no sería un show urbano tradicional. La introducción robótica a cargo de "Chad GPT", alter ego narrativo del disco Papota, inauguró un espectáculo que se acercó más al teatro distópico que a una fiesta de hits. Esta figura digital, una especie de conciencia artificial que hilvana el álbum, funcionó como portal hacia un universo donde los códigos de la música urbana son desarticulados y recompuestos con humor, ironía y un altísimo nivel de producción.

Composición y versatilidad: entre la distorsión y la balada

Musicalmente, la propuesta del dúo argentino se mueve con fluidez entre el trap más oscuro, el funk, el pop melódico, el hardcore electrónico e incluso pasajes que rozan el jazz. Dumbai y Baby Gansta sonaron con precisión quirúrgica, pero también con una crudeza escénica que evitó cualquier automatismo. La presencia de una banda en vivo —con vientos, guitarra y percusión— no fue decorativa, sino central: permitió reversiones e improvisaciones que ampliaron el registro emocional de cada canción.

Una de las grandes sorpresas fue Mi Diosa, una balada moderna que desnudó la capacidad vocal de Ca7riel. No se trató solo de cantar "bien", sino de cantar con intención, con dinámica, con un fraseo que evidencia su formación académica y su oído musical afilado. Ese momento rompió el mito de que el autotune es un escondite para la mediocridad: en manos expertas, es apenas otro matiz de expresión.

Impostura como narrativa y no como pose

Impostor, una de las piezas clave del setlist, no fue solo una canción sino una declaración artística. Lejos de victimizarse, el dúo hace de su "síndrome del impostor" un motor creativo. Al cantar "yo no sé ni cantar / yo no sé ni rapear", desmontan el discurso de la autenticidad impuesta, se ríen del estrellato y al mismo tiempo lo habitan con inteligencia y crudeza.

Aquí no hay cinismo: hay una lectura crítica del lugar que ocupan dentro de una industria que exige etiquetas, roles y narrativas fáciles de digerir. Y sin embargo, el show es todo menos simple.

La fiesta como laboratorio sonoro

El segundo tramo del espectáculo abandonó el intimismo y la introspección para explotar en un frenesí visual y musical que convirtió al Movistar Arena en una pista de baile galáctica. Láseres, estrobos y visuales psicodélicas acompañaron una secuencia de tracks como Re Forro, SHEESH y McFly, que mezclaron samba, trap, drum and bass y un funk industrial que parece sacado de un club berlinés.

En este tramo, Ca7riel y Paco no solo se pusieron de pie: se desdoblaron en personajes, lanzaron coreografías caóticas, y transformaron cada canción en una escena distinta. En lugar de la monotonía que suele permear los conciertos de música urbana, lo que hubo fue una dramaturgia del exceso. Cada beat era una curva, cada drop, un giro dramático.

Fuerza, ironía y ternura: una trinidad improbable

El cierre, con #Tetas, El día del amigo y El único, combinó lo escénico y lo emocional con una naturalidad sorprendente. Los fisicoculturistas en escena —que podrían leerse como un comentario al exceso performativo del mainstream o como una imagen pop sin explicación— convivieron con la vulnerabilidad de letras que hablan de amistad, deseo y soledad.

En su propuesta, Ca7riel y Paco Amoroso no temen mezclar ternura y brutalidad, lirismo y grotesco. Esa es, quizás, su mayor virtud artística: habitar el intersticio entre lo alto y lo bajo, entre lo íntimo y lo escandaloso, sin perder nunca la conciencia de que lo que hacen es arte popular, pero no por ello menos sofisticado.
 

Lo de Ca7riel y Paco Amoroso en Santiago no fue solo una fiesta ni un espectáculo de efectos. Fue una pieza escénica completa donde la composición, la interpretación y el diseño visual confluyeron con una cohesión infrecuente en el circuito urbano.

Más que haber llegado al mainstream, este dúo está redibujando sus fronteras. Y lo están haciendo con una irreverencia tan consciente como virtuosa.