#Cannes2025 Canciones que se pierden en el viento: belleza y frialdad en 'The History of Sound'

Bajo la dirección del aclamado Oliver Hermanus (Beauty, Moffie y Living) y estaría los queridos y talentosos Paul Mescal y Josh O'Connor, 'The History Of Sound' se convirtió en una de las cintas más esperadas de esta edición del Festival de Cannes. Sin embargo, y a pesar del inmenso talento que compone cada parte de esta película, esta pieza de época contemplativa, lamentablemente, no es la suma de sus partes.
Basada en una historia corta de Ben Shattuck (quien es co-guionista también del film), la película cuenta una historia de amor homosexual entre dos hombres que se encuentran en el Conservatorio de Boston en el año 1917 y viven una pasión romántica que les marcará para siempre y que los llevará a viajar durante el verano de 1919 por los parajes rurales de Nueva Inglaterra recogiendo las canciones populares y cotidianas de la población autóctona a fin de inventariar y conservar el patrimonio musical de la zona desde sus propias raíces.
En su primera hora de metraje, 'The History of Sound' acumula argumentos para convertirse en una gran película. Paul Mescal cumple muy bien en la piel de un hombre sensible y discreto, pero el que se roba la película es Josh O'Connor, quien invoca oleadas paralelas de nobleza, carisma y una sutil melancolía. Estos espíritus afines encuentran consuelo el uno en el otro, y un romance tímido y gentil florece lentamente, logrando llenar de emoción la pantalla.
En el posterior viaje de la pareja por el Maine profundo, se va construyendo un compromiso creciente con la América olvidada, y es justamente este trasfondo de corte político el que permite a la película mantener al espectador atento cuando su vertiente sentimental va perdiendo fuerza, algo que tiene mucho que ver con la retirada temporal de David, el personaje de O'Connor, del centro de la acción.
El problema es que la película siempre mantiene a su audiencia alejada. Incluso cuando el rígido Lionel finalmente se rompe durante el dramático evento que se da conocer en el tercer acto, la cámara permanece a distancia, con una especie de reserva que se ajusta al escenario del período de la cinta, pero que también nos impide invertirnos del todo emocionalmente.
Da la impresión, además, de que el cineasta no sabe cómo terminar la cinta, que se prolonga al final en varios giros argumentales que no logran generar la emoción pretendida en el espectador. El indudable esfuerzo estilístico del film y de sus actuaciones se queda a medio camino.