CRÍTICA| Hurry Up Tomorrow: Más allá de los reflectores 

02.06.2025

por Nathalia Olivares


Con Hurry Up Tomorrow, Abel Tesfaye (The Weeknd) intenta expandir su universo creativo desde la música hacia el cine. Dirigida por Trey Edward Shults (Waves, It Comes at Night), la película propone un thriller psicológico que se adentra en los pliegues más oscuros de la fama, la salud mental y el colapso personal. Sin embargo, lo que podría haber sido una exploración poderosa del ego y la identidad, se convierte en un ejercicio estético que confunde más de lo que conmueve. Una película que suena bien, pero no se siente.

El relato sigue a un popstar (interpretado por el propio Tesfaye) que pierde la voz durante un concierto, desatando un espiral de angustia emocional, confusión y visiones alucinadas. En paralelo, su mánager (Barry Keoghan) intenta mantener el barco a flote, mientras una figura enigmática llamada Anima (Jenna Ortega) irrumpe en la narrativa como posible ex pareja, fanática, delirio o símbolo. Nada se confirma, porque la película tampoco parece interesada en aclararlo. La estructura narrativa avanza sin dirección clara, más preocupada de impresionar visualmente que de contar algo con solidez.

Análisis visual: el videoclip como lenguaje dominante

En lo visual, Hurry Up Tomorrow despliega todos los recursos estéticos que podríamos esperar de una superproducción musical: conciertos de alto impacto, luces estroboscópicas, planos oníricos, cámaras lentas que prolongan las emociones más allá del tiempo. Shults logra construir atmósferas densas y envolventes, pero se siente como si estuviéramos viendo una playlist de videoclips unidos por una sensación vaga, más que por una idea articulada. Todo está estilizado, pero lo visual no dialoga con lo emocional. No basta con que algo se vea "profundo"; debe sentirse como tal.

Hay belleza, sí, pero también exceso. La estética de lo inacabado, lo etéreo, lo misterioso, funciona en pequeñas dosis, pero cuando se prolonga durante 105 minutos sin una base narrativa clara, se convierte en un ejercicio que agota. El cine no es solo imagen, es también tensión, pausa, subtexto, relación. Y aquí, muchas veces, solo hay pose.

Análisis fílmico y de guion: cuando el silencio no dice nada

Donde la película termina de desmoronarse es en su guion. Escrito por Tesfaye, Shults y Reza Fahim, el texto carece de dirección dramática, desarrollo de personajes o arcos narrativos consistentes. El protagonista apenas tiene líneas de diálogo, y cuando las hay, no revelan nada que no hayamos intuido antes. Anima es una figura tan difusa que se desintegra en cada escena, y el personaje de Keoghan —que prometía tensión y contención— se queda en piloto automático.

No hay progresión dramática: los personajes no cambian, no evolucionan, no enfrentan conflictos concretos. Solo existen dentro de una nebulosa emocional que nunca se aclara. La película sugiere trauma, pero no lo explora; insinúa conflicto, pero no lo desarrolla. Y en esa ambigüedad, más que sugerente, hay desinterés por construir una experiencia cinematográfica que se sostenga por sí misma, más allá del universo musical que la inspira.

Las actuaciones: atrapadas por la forma

El trío protagónico queda atrapado en el vacío que deja la falta de historia. The Weeknd interpreta —una vez más— una versión silenciosa y atormentada de sí mismo, como ya vimos en The Idol, pero sin el apoyo de un guion que le permita mostrarse vulnerable o tridimensional. Jenna Ortega, que suele ser magnética en pantalla, aparece desconectada, perdida en un papel que no tiene propósito ni evolución. Y Barry Keoghan, uno de los actores más inquietantes de su generación, apenas roza la superficie del conflicto que su personaje debería sostener.

Ninguno de los tres logra brillar, no por falta de talento, sino porque el material simplemente no está ahí. La forma consume al fondo. Cuando no hay palabras, ni gestos, ni estructura emocional, ni siquiera la mejor actuación puede sostener la escena.

Una oportunidad estética que se disuelve en su propio reflejo

Hurry Up Tomorrow es un proyecto ambicioso que no se atreve a bajar a tierra. Quiere ser una exploración poética sobre la fragilidad de la fama y el dolor interno, pero se queda atrapada en su propia estética. Se siente más como una extensión visual del álbum que como una película con identidad propia. No hay historia, ni catarsis, ni verdad. Hay intención, hay atmósfera, pero falta alma.

Como pieza audiovisual, puede resultar interesante para fans y amantes del universo creativo de The Weeknd. Pero como cine, le falta estructura, emoción y profundidad. Es una postal brillante de alguien que se busca a sí mismo, pero que aún no encuentra cómo contarse. Una experiencia que suena fuerte, pero no deja eco.