Crítica| La hora de la desaparición: terror hipnótico que incomoda

Por Nathalia Olivares
Zach Cregger, tras sorprender con Bárbaro, consolida su voz en el cine de terror contemporáneo con La hora de la desaparición, una obra que no solo asusta, sino que interroga. La historia se centra en la desaparición de 17 niños a la misma hora exacta: las 2:17 de la madrugada. Todos eran estudiantes de Justine Gandy (Julia Garner), lo que la convierte inmediatamente en sospechosa, y desde ahí se despliega una narrativa que combina horror, tensión social y un retrato de comunidad en ruinas.
La fuerza del guion radica en su estructura episódica: cada capítulo se enfoca en un personaje distinto —padres, autoridades, testigos—, y permite explorar la desaparición desde múltiples perspectivas. Esta fragmentación no solo sostiene la intriga, sino que revela cómo el miedo colectivo puede distorsionar la verdad, convertir rumores en certezas y, finalmente, deshumanizar a los individuos.
Análisis visual: el poder de lo cotidiano
En términos visuales, la película brilla al transformar lo familiar en pesadilla. Las aulas, las calles suburbanas y los hogares se filman con encuadres cerrados que reducen el aire, obligando al espectador a sentir la presión de lo invisible. El trabajo cromático alterna entre azules apagados que transmiten frío y naranjas apagados que generan un falso respiro, siempre interrumpido por la amenaza. El sonido, por su parte, es un protagonista más: silencios abruptos, respiraciones lejanas y ecos deformados crean un paisaje sonoro que incomoda tanto como aterra.
Esta construcción estética convierte al film en un ejercicio de vigilancia constante: incluso cuando nada sucede, el espectador percibe que algo está por irrumpir. Aquí reside la virtud del director: no necesita saturar con sobresaltos fáciles, porque cada plano ya contiene en sí mismo la promesa del horror.
Análisis fílmico: fragmentación y metáfora social
La dimensión narrativa es igualmente notable. Al presentar la desaparición desde distintas perspectivas, el film logra que el espectador asuma un rol activo: cada acto aporta piezas de un rompecabezas imposible de cerrar del todo. Cregger utiliza este dispositivo para reflexionar sobre el miedo colectivo y la necesidad de encontrar culpables inmediatos, aunque ello implique sacrificar la verdad.
En este sentido, La hora de la desaparición es tanto una película de terror como una parábola social. El verdadero monstruo no siempre proviene de lo paranormal, sino del pánico comunitario, del juicio público y de la violencia simbólica que surge ante la incertidumbre. Ahí radica su poder: en recordarnos que el horror más perturbador no es el que aparece de las sombras, sino el que nosotros mismos proyectamos cuando el miedo se convierte en ley.