CRÍTICA| “Longlegs”: el mal respira en lo familiar

13.07.2025
por Nathalia Olivares


Cuando Longlegs se estrenó hace un año, el nombre de Osgood Perkins volvió a resonar con fuerza en los círculos del terror. El director de The Blackcoat's Daughter reafirmó con esta película su obsesión por el mal heredado, lo oculto en lo cotidiano y el peso simbólico de lo femenino. Con una narrativa inquietante y una atmósfera cargada de sugestión, Longlegs se desmarca del terror efectista para sumergirse en un thriller gótico que incomoda, más que asusta.

Maika Monroe interpreta a la agente del FBI Lee Harker, una figura tan rígida como atormentada, que investiga una serie de asesinatos rituales vinculados a un asesino en serie apodado "Longlegs", encarnado por un irreconocible Nicolas Cage en su versión más perturbadora y distorsionada. Pero más allá de la figura del asesino, lo que la película propone es un viaje a las sombras del inconsciente: un vínculo materno siniestro, símbolos satánicos y la sugerencia de que la línea entre cazador y presa es más fina de lo que creemos.

ANÁLISIS VISUAL
El mal se ve desde la periferia

La fuerza de Longlegs no está en el explícito, sino en lo que apenas se muestra. Perkins construye tensión con una puesta en escena minimalista y helada, donde los silencios, los vacíos en el encuadre y el uso de una fotografía granulada y anacrónica —casi analógica— convierten la imagen en un objeto inquietante. La película parece suspendida en una década imprecisa, entre el crimen de los 70 y el true crime contemporáneo, reforzando la idea de que el horror es atemporal. El diseño de sonido, sutil pero amenazante, y la música de Zacarías M. de la Riva, reforzada por tonos opresivos y atmósferas densas, aportan una dimensión sensorial a lo que no se dice ni se muestra.

ANÁLISIS FÍLMICO Y DE GUION
El horror no necesita respuestas

Narrativamente, Longlegs desafía la estructura clásica del thriller. Se mueve a un ritmo hipnótico y fragmentado, con escenas que sugieren más que explican, y un guion que deja deliberadamente preguntas sin responder. Perkins prefiere la insinuación a la sobreexplicación, creando un relato en que lo sobrenatural y lo psicológico conviven sin jerarquías. Nicolas Cage, casi irreconocible bajo capas de maquillaje y voz distorsionada, no interpreta a un villano al uso: es una manifestación de lo simbólico, del mal como legado. Por su parte, Monroe sostiene la película con una contención emocional que potencia la desconexión y el desasosiego del personaje. La película funciona más como experiencia sensorial que como relato cerrado: una anomalía narrativa que exige atención y tiempo.

Longlegs no es una película de terror convencional, ni lo intenta. Es cine de atmósfera, de malestar creciente, y de horrores que se insinúan en el corazón de lo familiar. A un año de su estreno, se reafirma como una pieza inquietante y valiente, una obra que se siente más cerca de Fire Walk with Me que de El conjuro. Una historia donde el miedo no grita, sino que susurra al oído.