Crítica| Materialista: Cuando el amor también es Capital

Por Nathalia Olivares
En su segundo largometraje, Materialistas, Céline Song reconfigura las reglas del romance moderno en la gran pantalla con la misma agudeza emocional que la consagró en Vidas Pasadas, pero esta vez bajo el prisma de la comedia romántica sofisticada. Protagonizada por Dakota Johnson, Pedro Pascal y Chris Evans, la película se instala en el corazón de Manhattan para narrar una historia de relaciones, ambición, clases sociales y deseo, donde las emociones son tan medibles como el patrimonio neto.
A pesar de que A24 la promociona como una comedia romántica, lo que encontramos es una pieza mucho más compleja: un drama social envuelto en seda, donde el amor es apenas una de las variables del algoritmo de la felicidad. Song toma lo familiar —la estructura de triángulo amoroso, los códigos de la alta sociedad neoyorquina, las referencias Austenianas— y lo desarma con una precisión incómoda. Aquí no hay príncipes ni finales de cuento, sino decisiones que pesan tanto como una hipoteca.
Análisis fílmico: entre Jane Austen y la economía del deseo
Céline Song filma el romance como si fuese una transacción emocional en proceso de auditoría. Su guion, tan lúcido como elegante, parte del trabajo de Lucy (Johnson), una consultora de citas para una firma de matchmaking de élite, y lo utiliza como espejo del mundo en que vivimos: uno donde el afecto también se terceriza, se mide, se categoriza y se vende. La estructura del relato es clásica, incluso reconocible —el amor entre dos polos, el ex entrañable y el nuevo hombre perfecto— pero su tono, más afilado que nostálgico, reconfigura las reglas.
Lo más notable de Materialistas es cómo el discurso romántico se ve interrumpido, una y otra vez, por la realidad concreta: el sueldo, el estatus, los bienes. En una de las escenas más secas pero efectivas, una cita se ve arruinada por una diferencia de expectativas económicas que nunca se verbaliza, pero lo define todo. Song no necesita subrayar sus ideas: basta con los silencios, las miradas incómodas, los flashbacks insertados con inteligencia quirúrgica.
El trío protagónico responde con solidez a este enfoque. Dakota Johnson ofrece la interpretación más segura y matizada de su carrera: una mujer tan encantadora como contradictoria, cuya profesionalidad esconde su propia insatisfacción emocional. Chris Evans sorprende con un registro despojado, casi frágil, mientras que Pedro Pascal habita su personaje con una mezcla exacta de magnetismo y ambigüedad, el Sr. Big del 2025 con bigote y bonus millonario.
Análisis visual: vitrinas emocionales y arquitectura del lujo
Visualmente, Materialistas está construida como un catálogo de aspiraciones cuidadosamente empaquetadas. El diseño de producción, sobrio pero meticuloso, convierte cada espacio —desde las oficinas de Adore hasta los departamentos de lujo o las cocinas compartidas de Brooklyn— en un escenario donde las emociones se negocian como bienes de consumo. Céline Song no filma para deslumbrar sino para revelar: cada encuadre sugiere una contradicción, cada detalle aporta una lectura sobre clase, poder y pertenencia.
La paleta de colores, dominada por los tonos neutros, metálicos y blancos rotos, ayuda a que el artificio del lujo se sienta real pero algo inalcanzable. Las texturas (vidrio, mármol, seda) refuerzan la idea de que estamos viendo vidas perfectamente editadas, casi como perfiles de Instagram vivientes. La fotografía, sin caer en la postal, elige la distancia justa para que la ciudad no sea una protagonista sino una presión constante: Nueva York como fábrica de expectativas.
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Materialistas no es una película que te abrace. No quiere hacerte reír, tampoco quiere que te vayas enamorado. Quiere, en cambio, que pienses en cómo las decisiones más íntimas están atravesadas por el dinero, la competencia y el miedo al fracaso. Es una obra de su tiempo —y quizás de todos los tiempos— que se disfraza de rom-com para hablar de algo más profundo: el costo de ser amado, o al menos, de parecerlo.