Crítica| Sinners: Horror, blues y redención en clave gótica sureña

Por Nathalia Olivares
Ryan Coogler se adentra en el terreno del horror con Sinners, su película más personal y arriesgada hasta la fecha. Con Sinners, el director de Creed y Black Panther deja atrás el espectáculo superheroico para sumergirse en una historia ambientada en el Mississippi de 1932, donde el miedo no proviene solo de criaturas de la noche, sino de un sistema que devora lentamente a los vivos. La cinta, que ya se convirtió en la tercera película de terror más taquillera en la historia de Estados Unidos y la décima con clasificación R más exitosa de todos los tiempos, combina un relato gótico con la potencia espiritual y emocional del blues afroamericano.
El argumento sigue a Smoke y Stack, hermanos gemelos interpretados por Michael B. Jordan, que sueñan con abrir un club de blues mientras enfrentan la presencia de una fuerza vampírica que se alimenta de sufrimiento humano. Pero más allá de la literalidad del monstruo, Sinners funciona como una metáfora del racismo sistémico, la apropiación cultural y el trauma generacional. Lejos de ser solo una película de terror, Coogler construye un drama histórico cargado de alma, música y fuego narrativo.
Análisis visual: Luz y oscuridad en simbiosis
Filmada en 65 mm por Autumn Durald Arkapaw, la fotografía de Sinners oscila entre lo hipnótico y lo ominoso. La cámara se desliza como una serpiente por los juke joints del sur, acentuando la sensualidad y el peligro de cada rincón. Hay una estética retrofuturista en los sueños febriles de Smoke, mientras que los paisajes rurales están teñidos de un rojo seco, casi sangriento, que evoca una América antigua y siempre presente.
Los cambios de aspecto —con planos más cerrados en los momentos íntimos y una relación panorámica para los enfrentamientos— marcan emocionalmente la progresión narrativa. En una de las secuencias más logradas, la música se entrelaza con lo sobrenatural en un trance hipnótico donde la cámara gira en 360 grados mientras el vampiro acecha a su presa en la pista de baile. Una secuencia digna de estudio y revisión.
Análisis fílmico y de guion: Vampiros como metáfora y redención a través del blues
El guion, escrito también por Coogler, es una poderosa amalgama de géneros: el horror clásico, el drama sureño y el musical espiritual. En Sinners, los vampiros representan algo más que monstruos: son el símbolo de una élite que ha succionado la sangre y el talento de generaciones enteras. La elección de un club de blues como escenario central no es azarosa: es el lugar donde el dolor se transforma en arte, y donde las almas en pena encuentran un lenguaje propio.
Michael B. Jordan, en una actuación dual, encarna a la perfección las dos caras del duelo: Smoke, el impulsivo, y Stack, el reflexivo. Su interpretación matizada es uno de los pilares emocionales de la película. Lo acompañan Delroy Lindocomo el guitarrista Delta Slim, Hailee Steinfeld, Wunmi Mosaku y Jack O'Connell, todos en papeles sólidos que complementan la atmósfera de peligro, deseo y supervivencia. Como en sus mejores obras, Coogler vuelve a poner el foco en la comunidad, en la herencia, en la memoria como resistencia.
Un nuevo clásico del terror contemporáneo
Sinners es una película de horror que se atreve a sentir. Coogler no busca el susto fácil, sino el escalofrío que deja huella: el miedo a desaparecer, a ser olvidado, a que la historia se repita. Con una dirección precisa, una estética deslumbrante y una historia profundamente humana, la película se instala en el canon reciente del cine de género como una de sus propuestas más ambiciosas e inteligentes.
Puede que no convenza a quienes buscan un festín sangriento convencional, pero para quienes aman el cine que vibra en múltiples capas —social, espiritual, emocional—, Sinners es una obra que merece verse, sentida y discutida. Porque, como canta Delta Slim en medio del caos: "El infierno no está abajo. A veces, el infierno canta con nosotros".