Se cumplen 30 años de cuando Jesse y Céline coincidían en un tren que partía de Budapest para llegar a Viena, un suceso ficticio que, por irrelevante que pueda parecer, sigue enamorado al público.
Una historia símbolo de su tiempo: los años 90, los libros físicos, las conversaciones largas, las cintas de casette, el cine indie y, por supuesto, los vinilos (y es que como olvidar la recordada escena en que ambos evaden miradas mientras escuchan 'Come Here' de Kath Bloom).
Con la capital austríaca de fondo, un americano y una francesa dejaban, en tan solo una noche, un rastro de conversaciones sobre temas tan trascendentales como irrelevantes que cambiarían la historia del cine romántico para siempre. La conexión entre los actores fue en parte tan real como se vio en pantalla, fruto de la improvisación y de la espontaneidad del momento. El propio Linklater dejó el guion abierto deliberadamente para permitir cambios y aportes de los actores durante todo el rodaje. Según declaró al The New York Times "Buscaba dos socios creativos. No buscaba sólo dos caras bonitas". Y, para su fortuna, la química entre Delpy y Hawke fue inmediata, y con esa certeza como respaldo, viajaron a Viena por tres semanas, en preparación para las filmaciones. El realizador creía que solo así podrían empaparse por completo de sus personajes, Jesse y Céline, y llevar a la pantalla el intenso amor que nace entre ambos cuando se conocen a bordo de un tren.
Y así fue como el guion se terminaría de completar: el texto se modificó a diario, buscando la cadencia y el énfasis correcto, intentando dar con la naturalidad que se volvería el sello de la trilogía.