REVIEW| Kidd Voodoo en el Movistar Arena: El equilibrio perfecto entre música y emoción

31.07.2025

por Catalina Mena
 

Contra todo pronóstico escénico, el último concierto de Kidd Voodoo en el Movistar Arena no fue una apoteosis técnica ni un despliegue de recursos cada vez mayores. Y no lo necesitó. A diferencia de la lógica de muchos artistas que coronan sus giras con shows de mayor producción o sorpresas espectaculares, Kidd Voodoo eligió cerrar sus siete noches históricas con lo que mejor sabe hacer: honestidad brutal, cercanía real y un vínculo directo con su público.

Durante su residencia en el Movistar Arena —una hazaña inédita para un artista urbano chileno tan joven—, el músico fue manteniendo una línea constante: repertorio conocido, invitados rotativos y un espíritu de confesión escénica que parecía más propio de un club íntimo que de un recinto para 17 mil personas. La última noche no fue la excepción. Con una puesta en escena similar a las noches anteriores, sin artificios añadidos, Kidd demostró que su poder no radica en la pirotecnia, sino en la conexión emocional que ha cultivado con su generación.

El show navegó entre sus clasicos y el exitoso álbum Satirología, incluyendo ademas otros temas más viscerales de su repertorio reciente, con momentos de intensidad como "Grabándote:)", "Perdámonos…" y "Confortas pero dañas". Pero el punto alto estuvo en sus invitados sorpresa: Katteyes, que encendió el escenario con "Tas texteándome" y “Ponte Lokita”; Young Cister, cómplice de siempre; y los ídolos de la escena Álvaro Díaz, y De La Ghetto, los cuales aportaron el flow internacional a una noche ya memorable. Cada uno se integró sin desplazar al anfitrión, elevando el show sin perder su tono confesional.

Pero si algo definió la jornada fue su final profundamente emotivo. Luego de casi dos horas de música, Kidd Voodoo —visiblemente afectado— rompió en llanto ante su público, dejando caer toda la presión y gratitud acumuladas. "No quiero que esto se acabe", alcanzó a decir antes de cerrar con "El final", mientras miles de luces de celulares lo acompañaban en un coro colectivo.

Esta última fecha no fue un cierre espectacular en términos visuales. Fue mucho más: una celebración de la vulnerabilidad como fuerza artística, un testimonio generacional, y una consagración en carne viva. Kidd Voodoo no necesitó fuegos artificiales para brillar. Le bastó con ser él mismo. Y eso, en estos tiempos, es quizás el mayor acto de rebeldía.