#SANFIC: It Was Just an Accident, Jafar Panahi

Por Nathalia Olivares
La nueva película de Jafar Panahi comienza con una escena que aparenta ser trivial: una pareja discute suavemente mientras viajan en auto por la noche. En el asiento trasero, la hija juega despreocupada, ajena a la tensión adulta, hasta que un accidente inesperado —el atropello de un perro— interrumpe la normalidad. Eghbal (Ebrahim Azizi), el padre, se ve obligado a detenerse, y en ese momento aparece Vahid (Vahid Mobasheri), un mecánico que asegura reconocerlo como antiguo torturador del régimen iraní. La sospecha despierta la furia de un pequeño grupo de familiares y conocidos que deciden secuestrarlo de manera improvisada, encerrándolo en una camioneta.
Análisis fílmico
Panahi construye un relato que oscila entre lo casual y lo farsesco, evitando el tono solemne que suele dominar las historias sobre dictaduras o justicia. La narración se desarrolla casi en su totalidad dentro del vehículo, con un grupo de personajes que discute sobre el destino del presunto verdugo. No hay certezas, solo dudas y contradicciones, lo que convierte el viaje en una metáfora del círculo vicioso de la violencia.
El guion juega con la ambigüedad: ¿es realmente Eghbal quien dicen que es? ¿O el deseo de venganza nubla cualquier posibilidad de verdad? Las reacciones del grupo varían desde la furia inmediata hasta la parálisis moral, dejando claro que Panahi no busca un desenlace heroico sino un retrato de la fragilidad humana. Su tono cercano a la comedia negra recuerda que, incluso en contextos de trauma y represión, lo absurdo se filtra en las decisiones más trascendentales.
Análisis visual
En términos visuales, Un simple accidente se apoya en una puesta en escena austera, casi claustrofóbica. La cámara se concentra en los interiores estrechos de la camioneta, enfatizando la incomodidad física y emocional de los personajes. El uso de planos fijos y largos tiempos de espera refuerzan la tensión, mientras la ciudad y sus paisajes se convierten en un telón de fondo distante, ajeno al conflicto.
Uno de los momentos más potentes ocurre en un plano secuencia alrededor de un árbol solitario en la llanura, donde la discusión sobre el destino de Eghbal se transforma en un espejo de las propias inseguridades de sus captores. El contraste entre lo abierto del espacio y lo cerrado del dilema moral resalta la ironía de la situación: el grupo nunca tuvo realmente el control.
El desenlace llega con un plano fijo de gran intensidad, cargado de ambigüedad. A diferencia de La muerte y la doncella de Roman Polanski, que apostaba por la confesión directa y el enfrentamiento dramático, Panahi opta por un cierre enigmático, donde la duda y la fragilidad pesan más que cualquier certeza. El espectador queda atrapado en un laberinto moral donde ni la violencia ni la compasión parecen ofrecer una salida clara.
Con Un simple accidente, Panahi vuelve a demostrar que es capaz de abordar los traumas políticos de Irán desde una óptica distinta: sin solemnidad, sin héroes, y con una mezcla de humor, crudeza y melancolía que desnuda lo absurdo y trágico de la condición humana.