#SANFIC: El Monstruo de Xibalba

Por Nathalia Olivares
La película de Manuela Irene se adentra en la infancia desde un ángulo poco común: la mezcla entre el realismo rural y el mito ancestral. Con un pie en la tradición oral maya y otro en el cine de aventuras infantiles, El Monstruo de Xibalba construye un universo donde lo cotidiano y lo fantástico se confunden con naturalidad.
La historia sigue a Rogelio, un niño que debe pasar una temporada con su niñera en un pueblo de Yucatán. Allí se encuentra con un nuevo entorno, amistades inesperadas y un cúmulo de relatos que despiertan su fascinación por lo oculto. El relato se sostiene en la mirada infantil, curiosa y vulnerable, que convierte cualquier experiencia en una puerta hacia lo desconocido.
El mito del "Monstruo de Xibalba" aparece como catalizador de la trama, pero también como metáfora de los miedos internos del protagonista. La sospecha de que un anciano huraño podría ser la criatura es la excusa narrativa para explorar la imaginación infantil y su capacidad de transformar la realidad.
Análisis fílmico
Desde lo narrativo, Monstruo de Xibalba se mueve en un terreno híbrido. Por un lado, la estructura clásica del coming-of-age con juegos, tensiones y aprendizajes; por otro, el componente mítico que aporta un aire de fábula. Este equilibrio evita que la película caiga en lo moralizante, manteniendo un tono de descubrimiento constante.
El guion trabaja con silencios y gestos que transmiten tanto como los diálogos, reforzando el carácter contemplativo de la historia. Además, la dinámica entre los niños recuerda al cine de aventuras de los años ochenta, pero reubicado en un contexto rural mexicano que le da frescura y autenticidad.
El desempeño actoral es otro pilar del film. Rogelio Ojeda brilla con un carisma natural que sostiene el relato y dota de humor a situaciones que podrían haberse sentido sombrías. Teresa Sánchez y Manuel Irene, en roles más contenidos, aportan densidad dramática, encarnando figuras de cuidado y misterio que completan la fábula.
Análisis visual
La fotografía convierte a la península de Yucatán en un espacio casi mágico. La cámara se detiene en los paisajes selváticos, en la textura de la tierra húmeda y en la densidad del verde, logrando que el entorno no sea un mero decorado, sino un personaje más dentro de la narración.
El contraste entre luz y penumbra es central: las escenas de día evocan la inocencia de los juegos, mientras que la oscuridad otorga un tono espectral a los encuentros vinculados al mito. Esta dualidad visual refuerza el vaivén entre realidad y fantasía, uno de los motores emocionales del film.
En definitiva, Monstruo de Xibalba se erige como una obra oscura y luminosa al mismo tiempo, capaz de hablar de la muerte sin solemnidad y de la imaginación sin ingenuidad. Es un debut que confirma a Manuela Irene como una voz sensible, atenta a los vínculos entre cine, tradición y memoria.