#SANFIC: Polvo serán, de Carlos Marqués-Marcet

Por Nathalia Olivares
Carlos Marqués-Marcet, director de Los días que vendrán, vuelve a apostar por un cine arriesgado con Polvo serán, un drama español con elementos musicales que se sumerge en las complejas tensiones entre la muerte, el amor y la representación artística. La historia sigue a Claudia (Ángela Molina), una actriz que padece un tumor irreversible y decide recurrir a la eutanasia en una clínica suiza. Su marido, Flavio (Alfredo Castro), un director teatral, toma la decisión de acompañarla en ese viaje, tanto físico como metafísico, optando por el suicidio asistido conjunto.
El film no se limita al retrato de un drama familiar sobre el final de la vida; propone un cuestionamiento sobre el sentido de la creación y la intensidad del vínculo amoroso frente a lo inevitable. En esa frontera entre la despedida íntima y el espectáculo, Marqués-Marcet arriesga al incorporar secuencias musicales y coreográficas que tensionan la narración. La apuesta no siempre resulta armónica, pero evidencia una voluntad de experimentar con los lenguajes del cine.
Análisis Fílmico
Narrativamente, Polvo serán oscila entre un melodrama íntimo y un artificio operístico. El guion, coescrito con Clara Roquet y Coral Cruz, aborda con honestidad las tensiones familiares, especialmente en las reacciones diversas de los hijos ante la decisión de sus padres. En ese terreno, el film encuentra sus mejores momentos: silencios incómodos, diálogos atravesados por ironía y pequeños gestos que revelan la imposibilidad de procesar la pérdida.
Sin embargo, cuando irrumpe el dispositivo musical, la obra se desestabiliza. Esos segmentos —aunque elaborados y coherentes con el trasfondo artístico de los protagonistas— parecen forzar un lirismo que desvía la atención del núcleo dramático. En lugar de potenciar la densidad de la historia, generan una sensación de artificio que recuerda más a un experimento teatral filmado que a un cine plenamente orgánico.
Análisis Visual
La puesta en escena destaca por un juego de contrastes: los espacios cotidianos, austeros y cargados de melancolía, se alternan con pasajes visuales que buscan lo onírico y lo coreográfico. La cámara encuentra belleza en lo doméstico —la intimidad de una cocina, la fragilidad de un cuarto de hospital— pero también se abre a momentos de despliegue escénico que buscan trascender lo real. Esa oscilación entre lo íntimo y lo espectacular funciona como metáfora de la vida artística de los protagonistas.
La fotografía acentúa esa dualidad: luz tenue y naturalista en las escenas familiares frente a una iluminación más expresionista en los números musicales. Aunque la propuesta plástica es arriesgada, en ocasiones termina subrayando de manera excesiva la dimensión simbólica del relato. No obstante, la presencia de Ángela Molina equilibra el conjunto: su interpretación fluctúa entre lo trágico y lo cómico con una fluidez que convierte cada plano en un espacio de verdad, incluso cuando la forma tiende al exceso.
En definitiva, Polvo serán es un film irregular pero estimulante, que se atreve a explorar las fronteras entre la intimidad y el artificio, entre la vida y la representación. Marqués-Marcet arriesga con una hibridación que no siempre logra cohesión, pero que deja escenas memorables gracias a la intensidad de Molina y la gravedad de Castro. Una obra que, aunque imperfecta, persiste en la memoria por su capacidad de plantear la pregunta más radical: ¿cómo se filma el acto de morir sin renunciar al arte?