#SANFIC: Zafari, Mariana Rondón

23.08.2025

Por Nathalia Olivares

La más reciente obra de Mariana Rondón se presenta como un híbrido difícil de encasillar. Concebida como fábula distópica, con tintes de ciencia ficción social, termina desplegándose como un thriller psicológico de carácter profundamente humano. Sin precisar tiempo ni espacio, Zafari proyecta un espejo que cualquier espectador puede reconocer en la fragilidad de América Latina, con especial resonancia en la crisis venezolana. Es desde ese terreno ambiguo que la película construye su crítica social.

La historia transcurre íntegramente dentro de un edificio venido a menos, colindante con un zoológico en ruinas. Allí sobrevive una familia atrapada en el desgaste económico y emocional: Ana (Daniela Ramírez), Edgar (Francisco Denis) y su hijo Bruno (Varek La Rosa). La llegada de Zafari, un hipopótamo trasladado desde Zimbabwe en un acto absurdo del gobierno por repoblar el parque, funciona como detonante simbólico de la decadencia circundante. Entre apagones, pasillos vacíos y departamentos abandonados, Ana se convierte en saqueadora silenciosa para sostener la ilusión de normalidad.

En ese espacio de encierro y vigilancia mutua, la línea entre observadores y observados se vuelve borrosa. Edgar, siempre tras unos binoculares, juzga con distancia a los demás, mientras el hambre y la ansiedad devoran a todos lentamente. A medida que la cordura se desvanece, los límites entre lo humano y lo animal comienzan a difuminarse, hasta que la convivencia se transforma en un paisaje de salvajismo compartido.

Análisis fílmico

Rondón articula un relato que prioriza la atmósfera sobre la acción. La trama avanza entre silencios, gestos mínimos y estallidos de tensión más insinuados que mostrados. La directora rehúye de lo explícito: la violencia no se presenta como espectáculo, sino como amenaza latente, filtrada en las miradas, en la desconfianza y en la represión emocional.

El guion encuentra fuerza en la ambigüedad: lo que sucede fuera del condominio apenas aparece como rumor, mientras dentro se respira claustrofobia. Ana emerge como la figura central, cargando con el peso de mantener a su familia a flote, mientras Edgar se refugia en el juicio distante y Bruno se desliza hacia una inquietante pérdida de inocencia. La referencia velada a El resplandor acentúa la idea de que el hogar puede convertirse en un laberinto de descomposición interna.

Análisis visual

Desde lo visual, Zafari se construye sobre la decadencia de los espacios. El edificio, con sus corredores sucios y departamentos vacíos, es un reflejo de las mentes fragmentadas de sus habitantes. Los secundarios aparecen como espectros en los pasillos, reforzando la sensación de aislamiento y abandono. La única excepción es un departamento extrañamente intacto, que funciona como ilusión de orden dentro del caos.

La fotografía potencia la oscuridad y el deterioro, jugando con claroscuros que resaltan el contraste entre la humanidad perdida y la animalidad latente. Los encuadres cerrados generan una opresión constante, mientras que el zoológico vecino, casi invisible pero siempre presente, actúa como recordatorio del encierro y la brutalidad. El hipopótamo nunca es solo un animal: es metáfora viva de la bestia interior que ronda en cada personaje.

Lejos de ofrecer explicaciones o salidas, la película se concentra en el proceso de degradación. El espectador es arrastrado hacia un viaje incómodo donde la precariedad material revela la precariedad moral. Rondón no juzga, simplemente expone, obligándonos a contemplar lo que ocurre cuando los cimientos de la civilización se desmoronan.

Zafari es, en última instancia, una película sobre el hambre en todas sus formas: hambre de comida, de afecto, de dignidad y de país. Una fábula oscura que nos recuerda que, frente a la escasez y la desesperanza, la línea que separa a los seres humanos de la bestialidad es más delgada de lo que queremos aceptar.